martes, 9 de agosto de 2011

Las gabardinas

A María Luisa Cámara le estaban palpitando las aletas de la nariz. Malo.

La señorita Carol debiera haber caido en ese detalle antes de seguir acusándola, allí en el patio de la gimnasia, bajo un cielo de borra sucia, de que se había orinado en el suelo de los lavabos.

María Luisa era un cacho pan pero llevaba muy mal la injusticia. Vete tu a saber de donde sacó ese alto concepto porque era la prrimogénita de un pescadero padre de ocho hijos, un hombre sin tiempo para palabrería sobre principios y esas cosas. Y lo que estaba haciendo la señorita Carol era una injusticia porque no fue María Luisa Cámara quién se orinó en el suelo de los lavabos, sino Maria Luisa Velasco, apodada la Ratona.

La tragedia se mascaba en el aire turbio de la mañana.

Muchas de nosotros sabíamos eso, que había sido la Ratona. YO también, si no no lo estaría contando aquí.

, Lo sabíamos y callábamos como zorras. No queríamos que nos salpicara el escandalo porque el curso estaba terminando y un suspenso en gimnasia empañaba el expediente de todo un año.

A ver en qué quedaba la cosa. Igual la señorita Carol se percataba del leve aleteo de la nariz de María Luisa Cámara y se retiraba a tiempo. Igual alguien dejaba caer así como quien no quiere la cosa, ha sido la Ratona, la Ratona.

Pero, el cielo seguia allí con ese color de lana de oveja, sin sol y sin lluvia y en medio del silencio de plomo retumbaba el timbre agudo de la voz de la señorita Carol acusando y acusando

"esta niña cochina que ha hecho esa porquería en suelo del lavabo" "oh si esta niña indencente" "niña puerca"

Todo fue visto y no visto, Maria Luisa se abrió paso entre las hileras de niñas en formación y se plantó ante la señorita carol. Con lo puños apretados y pegados a los muslos, rígida como un bloque de cemento. La mandíbula la tenía tan apretada que se escuchaba como le rechinaban los dientes.

NO he sido- gritó y el grito sonó como el desgarro de un disparo.

Cuando nos preguntaron en la reunión de crisis que se organizó dos horas más tarde, ninguna pudimos decir en qué momento vimos a la señorita Carol con los ojos abiertos de par en par mirando el puño de María LUisa Cámara ni en qué instante el golpe certero causó aquella sangría en su nariz.

Y no era por proteger a nadie, es que todo fue rápido como un relámpago. Cuando quisimos darnos cuenta la señorita Carol se cubría la boca con un pañuelo sobre el que florecían grandes rosas de sangre y María Luisa Cámara se dirigía a la salida para coger su cartera y sentarse en la entrada a esperar el autobús de regreso a casa.

Más de una quisimos acercarnos a ella y ponerle la mano en el hombro y decirle es que has aguantado demasiado, pero el terror nos paralizaba.

Era normal que los alumnos se hiciesen arañazos, cortes, cardenales y toda clase de abolladuras entre ellos, pero los maestros eran otra cosa. Eso era terreno sacro. Y sin embargo María LUisa la hereje había roto todas las leyes de dios y de los hombres.

Don Antonio, un maestro alto, flaco, de mirada melancólica, se acercó a la entrada al día siguiente para detener el paso a María Luisa Cámara:

Hasta que no se decida en el claustro, estás expulsada temporalmente de la escuela, sentenció.

Entramos todos menos ella. Ella se quedó sentada en el bordillo de la acera, mirándose la punta de las alpargatas despellejadas, y tratando de que nadie la viera llorar.

Nosotras subimos y nos dirijimos al aula directamente sin quitarnos las gabardinas, tan de moda aquel invierno, y sin dejarlas en el perchero de la entrada cómo hacíamos siempre. Alguien debía decir algo y lo hizo Antonia Vacas, una niña gorda de ojos bovinos que llevaba la gabardina desabrochada porque era de una talla inferior a la suya:"creo que dberíamos bajar a hacer compañia a Maria Luisa y contar a alguien lo que pasó" Dijo y seguidamente se alzaron más voces, y comenzaron murmullos y risas nerviodas.

Si vamos, vamos vamos

EStábamos saliendo para amotinarnos junto a María Luisa Cámara y la Verdad, cuando entraba el profesor de lengua, Don Angel, menudo, elástico y con cara de raido. El profesor agitó sus llaves en el aire pidiendo silencio y pregunto donde diablos vaís

La atomósfera era tan espesa y honda, tan masticable, que alguien tenia que decirlo, a alguien debía salirle la pólvora de adentro, y yo, que jamás dije esta boca es mía porque era tímida y me gustaba agradar a los superiores, escuché mi propia voz, fugada de mi, grande y rotunda, entre el coro de las voces pequeñas:

Don Angel ibamos a quitarnos las gabardinas.

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