viernes, 30 de septiembre de 2011

La tarde

Recuerdo que estábamos sentadas en el suelo
y que el sol derramaba sobre la tarde
un suave polvo color minio.
Recuerdo eso.
Y que los pájaros volaban a ras de tierra
Y que había un perro tumbado
debajo del níspero
y se le movía la barriga rosada,
plácidamente,
delatando su feliz sueño de bestia.

Recuerdo todo eso envuelto
en un delicado olor a jazmines
recien abiertos a la magia de la noche.

Se te veían los ojos muy grandes,
pero ya no eran azules.
Sólo dos charcos de aguas turbias
que ya no llamaban a calmar la sed.
Sólo dos pozas tristes
que se hundían
sobre la palidez cadavérica
augurando ya
el silencio de los muertos.


Y recuerdo tus manos mustias
agotadas como dos palomas muertas
que descansaban sobre los muslos
cubiertos por una suave manta de lana;
porque aunque era verano
a ti no se te iba nunca
ese frío de los huesos.

Recuerdo tus labios secos
como empolvados en talco
que ya no podían arquearse en una sonrisa
sin abrir hondas grietas,
tajos oscuros
que delataban un hilo de vida
todavía.

Y recuerdo,
que una tarde
sonó el teléfono
y me dijeron que te habías muerto
y algunas palabras entre lágrimas
sobre cuando eramos niñas y jugábamos
y no sé que más
porque yo no quise escuchar,
porque no me pareció oportuno
trasladarte tan pronto al reino de los recuerdos.


Entonces te busqué la última tarde
y no conseguí rescatar
una sóla palabra de las que nos dijimos.
Sólo vienen a mi memoria
los pájaros a ras del suelo
el perro dormido
las manos marchitas
los labios abrasados
y los ojos que traspasaban
ya
el misterio de la muerte.

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