martes, 11 de octubre de 2011

Buenos Aires


Si coges el pincel por la punta,
casi sin rozarlo,
y mueves suavemente la muñeca,
te salen unos trazos muy finos
y puedes presumir
de haber esbozado
una imagen.
Ese modo de visitar las ciudades
pasando por encima
con los trazos casi disueltos
en agua limpia
nos convierte en turistas
aunque vayamos discretamente
vestidos
de gente común
- personalmente, creo que la gente común va disfrazada
de eso, de gentuza corriente
de alguien que puede pegarte un tiro
o zamparte un beso en la boca
sin tu permiso-

Si abres el cuaderno de las hojas en blanco
y sonries satisfecho
con tu mano firme
sosteniendo el extremo del pincel
y le das la leve estocada primera
llena de gloria,
es como si le haces una foto
a Notre Dame
o a los canales de Amsterdam
o al Támesis
al Taj Majal
a la esfinge
a la Cibeles
al reloj de Praga

y así hasta que se te acabe el cuaderno
o la caja de las acuerelas.

El mundo se está convirtiendo
en una alfombra
de dibujitos
que ni siquieran tienen la gracia
de lo pueril.

Un folio en blanco, para que te enteres,
provoca tal ansiedad al viajero,
que no puede abrirlo sin temblor,
que no puede atacarlo sin furia,
que no puede dejar de violarlo
como amante hambriento de violencia
con los ojos echando fuego
con el pecho abierto
a lo que haya de llover
sobre
esa maravilla intacta.

Dejarse la cámara de fotos en el taxi
preguntar por la calle
Corrientes348
y llorar porque
ya no existen los nidos de amor
en las ciudades,
para pintarlos.

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