sábado, 5 de noviembre de 2011

Ser lluvia



Salir al balcón
y mirar el mar
-el trozo de mar que se cuela
en la tierra con su lengua negra y helada-
Sentir el manotazo de la lluvia
en plena cara.
Esta lluvia atlántica, de clima puro,
sin una brizna de tierra,
esta lluvia
pertinaz
diluyendo el paisaje, sin tregua,
días, años, eras de lluvia
sobre la saliva oscura del mar,
teñido del misterio
de los lejanos glaciares.

Sentir la piel despierta
por las primeras señas del frío
en el leve temblor de las últimas hojas
de los desnudos árboles.

Ajena aquí al amor y a la muerte
- existe algo más de lo que ocultarse?-
de la afilada hoja de su hacha
de las delicada seda de sus guantes.

Lejana a la vida
que oculta sus famélicos colmillos,
sus garras lustradas,
los miasmas de su aliento.


Paz y lluvia.

Mirar la legión de montañas
que desfilan bajo las brumas de las nubes bajas.

Paz y lluvia
bendita lluvia del norte
arrancada de las entrañas del océano.

Llega una sonnolencia
envuelta en vapores blancos,
elevados de los fondos abisales
allá donde las extensiones marinas miran al cielo
sin obstáculos
ni ruidos de motores ni de voces
Allí donde jamás se escuchó una palabra.
Fondos silenciosos
que custodian un arcón de monedas
perdido una noche de tormenta
cinco o seis siglos atrás
Seis siglos de soledad
rodean el inútil oro
y un puñado de peces dormidos
con los ojos abiertos,
moviendo sus bocas de ventosa
para respirar un aire que no les pertenece
contemplan el frío tesoro
que no cambiará sus vidas
Inexistentes peces, ajenos al mundo
de afuera,
el que espera al agua barrida por el viento
llegada hasta mi rostro
convertida en cierta.

De ese vientre misterioso
de las entrañas del cofre olvidado
procede esta melancolía de días lentos
e iguales
y de noches eternas
que
gotean
desde
las
cuatro
de
la
tarde

hasta
las
diez
del
alba.

Nunca cesa,
nunca se rinde.
Abrazada al cielo de plomo,
mi alma se vuelve lluvia
y no quiere más que estos montes y esta tristeza
que trae, a veces,
retazos
de
otras
lluvias
con pájaros sobre los cables del tendido eléctrico
arracimados en trémulas hileras
esperando la orden de la partida
para volar al norte de un lugar mágico
llamado Àfrica.

Á-fri-ca


Otras lluvias con olor a tierra hirviendo
y a vísceras de animal recién nacido.
Otras lluvias y otros inviernos
de noches largas, de horas interminables
marcadas
gota
a
gota
por el fino estoque del reloj
hiriendo las entrañas del silencio.


Otras lluvias recibidas como bendición en las tierras cuarteadas,
recorridas por almas en pena y espectros
con cirios encendidos en la procesión del horror.
Mujeres enlutadas, espíritus de otros mundos,
recorriendo la noche, empapadas,
sin más motivo ni más fin
que cumplir las leyendas.

Escapada de la lluvia de los muertos
me quedo aquí
bajo la mansa lluvia atlántica;
porque una mujer necesita
ser lluvia mientras recuerda otras lluvias
las primeras las que formaron sus ojos de vidrio y su alma de cristal;
necesita ser lluvia y no dar cuenta a nadie
ni al cielo de acero
ni a la legión de montañas
ni al arcón de monedas de oro en el vientre del océano.

Ser lluvia.
Exiliada del mundo y de sus reclamos.
Solo mirar
alzar los brazos,
amarrar el horizonte
y callar
porque una mujer
necesita
ser lluvia.

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