lunes, 13 de febrero de 2012

El rey de la noche


La noche se desploma sobre las ramas de los árboles
como un velo negro. Siento su guante de fría seda
acariciar la piel de mi rostro. La noche me pide sosiego,
me llama al letargo y al olvido; pero bien sabe que no puedo,
bien sabe el firmamento entero que me está negada la paz;
que no puedo contemplar la belleza, sino como un espía
inquieto y febril. Languidece el hermoso lago donde ella se mira
ajena a mi dolor; ella que recibe, indolente, el cortejo de las antorchas
la fragilidad de las vírgenes y la dulzura de la sangre de las fieras.
Ella que duerme el sueño que me está vedado a mí.
Tiemblan las yemas de las perennes teas, reflejadas, sin manos,
en el espejo oscuro del silente lago. En la lejanía de las copas
ululan las aves nocturnas y hasta aqui llega y me recorre las venas
la llamada suicida de los anobios, los aguijones de las abejas,
el templado bullido de las glándulas del veneno de todos los reptiles.
Todo latiendo tranquilo, libre de la luz y de su delatadora presencia.
Sin embargo, la noche se precipita sobre mi alma de verdugo:
unas nubes de encaje azul acarician la piel de la luna estremecida.
Oh, cómo tiemblan los astros en la infinita sombra del cielo!!!
Mirad, mirad almas de las tinieblas como gotean las estrellas
su baba de plata sobre la cúpula del bosque Todo debiera ser paz ,
todo silencio; pero yo, sacerdote de los dominios de Nemi,
yo, rey de toda la floresta, recorro como un espectro los pasadizos
entre las sombrías ramas; atentos los oídos, alertas las pupilas
buscando la muerte, la misma que me trajo un día aquí,
a la cárcel de mi destino.

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