lunes, 1 de agosto de 2011

Los zapatos junto al pozo


Se oyeron gritos por la carretera. Pasó un grupo de hombres corriendo en una extraña formación, como si sujetaran algo frágil y debieran mantener el paso para no romperlo. Cuando llegaron a la altura del bar de la Asunción pude ver que sostenían una silla y que en la silla iba sentada la Josefa. Todo era un poco grotesco. En Sierranegra siempre fue así. Todo muy trágico pero también ridículo. Al cincuenta por ciento, podría decirse. Desde la ventana se veía sólo el moño blanco y las piernas flacas entre los hombres que corrían llevándola en andas. La sujetaban así porque se había mareado. Le dió el primer vahido cuando vio los zapatos y el reloj con la correa despellejada al pie del pozo. Aunque según cuentan no se desmayó entonces, sino que comenzó a chillar como una rata. Como los hombres llevaban todo el día buscando al retrasado del Cortijo de Don Juan, corrieron porque aquel escándalo no auguraba nada bueno.
Cuando llegaron al pozo los hombres movieron la cabeza y chasquearon la lengua. Esto no barrunta nada bueno. Dijo alguno.Y los otros chascaron la lengua otra vez. La Josefa quería asomarse pero no se atrevía, por si el cuerpo había salido a flote y estaba de cara, mirándola con los ojos de vidrio.Uno de los hombres la apartó con decisión y dobló el tronco hacia el abismo que dormía en las entrañas del pozo.Estará enterrado en el fango del fondo. Dijo. Este agujero lleva años sin limpiarse y ahí abajo abrá de todo y nada bueno.Bajaron el cubo con la polea y se oyó el chasquito del metal contra el agua. Eso era buena señal. No se había escuchado el golpe seco contra un cuerpo sólido.La Josefa se persignaba mientras los hombres se asomaban al pozo. A lo lejos el sol emergía pálidamente entre los picachos de Sierra Nevada. Para qué se iba a quitar los zapatos y el reloj si no era para tirarse. Casi susurró. Pero, por otro lado, a qué ton se iba a querer ir de este mundo descalzo y sin el reloj. El reloj se pararía dentro del agua- interumpió uno de los hombres. Parece un buen reloj. Añadió otro de ellos.Sí, si que es bueno- asintió el que tenía la espalda apoyada en el pozo mientras escudriñaba la esfera dorada.Otro de ellos lo tanteó. Pesa- dijo- tiene buenas tripas dentro y si es de oro esto cuesta un potosi.De donde lo habria sacado- preguntó la JosefaEso no nos interesa a nosotros- interrumpio el que se apoyaba en el pozo mientras encendía un cigarro.Se dió la vuelta y se asomó. Dió una chupada profunda y dejó caer una brizna de ceniza. La vió perderse en el abismo. Ni siquiera llegó a estremecer minímamente la superficie del agua que volvía a estar quieta como una lámina de cristal. Pensó en el muchacho, en cómo patalearía antes de dejarse vencer, porque aunque quisiera morirse el instinto de la vida era demasiado fuerte en todas las criaturas animadas. En los hombres también. Entonces pensaron que había que llamar a la Guardia Civil, pero no dirían nada de si sospechaban que se había tirado, porque eso luego les podía acarrear problemas y desconfianzas. Llamarían para decir que habían encontrado sus cosas junto al pozo. Además esa era la verdad. Si le preguntaban como sabían que era suyas dirían que el retrasado presumía mucho de reloj, que preguntaba la hora cada cinco minutos para luego decirla él mismo. Y los zapatos los conocían también porque eran de niño pero con un número muy grande. Ningún hombre allí se atrevería a llevar esos zapatos. No eran apropiados. Todo eso era cierto también. La Guardia Civil llegó con un landrover verde oliva. Cuatro hombres descendieron agitando las capas. Esto no son cosas de mujeres- sentenció el más gordo La Josefa obedeció y se apartó. Con cautela. Pero no se fue. Por eso pudo ver la cosa tan fea que le produjo el desmayo. Uno de los guardias se ató la cuerda a la cintura y los otros lo sujetaron con fuerza. Llevaba un palo largo en la mano. Parecía un palo de fregona pero sin mocho. Lo bajaron y luego cuando rozó lla capa negra del agua dijoYaaaaa.Todo quedó en silencio, como ese que precede a una estampida o un temblor de tierra.Se escuchó el chasquido del palo removiendo el agua. Apenas unos segundos.Después agitó la cuerda.. Hay algo tierno- gritó la voz desde la caverna.¿El muchacho? Preguntó el guardia gordo al que había bajado que era enteco como una santateresa.Lo subieron con nerviosismo.Hay que sacarlo. Dijo dejando el palo apoyado sobre la pared del pozo. En la madera se veía la marca negra del agua.-Vosotros - gritaron a los otros hombres- venga, que hacen falta brazos para subir el cuerpo del desgraciado Los hombres , que habían permanecido a una distancia prudencial amedrentados por el peso de la autoridad, corrieron como ovejas a la voz del amo.La Josefa no se movió. Tenía la espalda apoyada a una encina. Sentía la áspera corteza del árbol clavada entre las dos paletillas, pero no se movía. NO quería ser vista, no deseaba hacerse notar para que no la echaran. Ella quería contar aquello. Pasaría a la historia de Sierranegra unida a aquel suceso." Si no hbuiera sido por la Josefa que encontró los zapatos y el reloj, el alma del muchacho hubiera vagado por los siglos de los siglos piediendo paz" Presenció el ajetreo de poleas y hombres atados, los gritos, las órdenes, las corridas acá y allá hasta que de la boca del pozo emergió algo parecido a un guiñapo. Un cuerpo derrengado que sonó como una res muerta al caer al suelo. Entonces sí se movío. Corrió al pozo. Llegó justo cuando los guardias estaban volteando el cuerpo para confirmar que se trataba del tonto. Tenía los ojos cerrados, la boca entornada y la cara abotargada pero no estaba desfigurado, según contaron todos los testigos y los testigos de los testigos. La Josefa no se hubiera mareado a no ser porque la boca del muchacho comenzó a moverse como si quisiera decir algo. -Está vivo- gritó uno de los hombres, parece que quiere hablar. Fue entonces cuando sintió el bochorno, el calor que le venia a la cara, y el sabor a bilis en la boca- Hay que llamar a un médico- gritó uno de los guardias- Hay que llevarselo de aquí. La mandíbula se movió de nuevo. Levemente. La boca comenzó a abrirse con suavidad, estaba a punto de decir algo, donde estoy, es el infierno, quienes sois. Algo así, corto y significativo. Pero en lugar de las palabras de su boca salió una serpiente color verde esmeralda, gorda como un pulgar y un par de cuartas de larga. Se asomó sigilosa, y comenzó a reptar por las comisuras. Parecía una lengua viva.La Josefa vomitó y cayó desplomada. La metieron en el coche de la Guardia Civil y la llevaron al pueblo. Allí la esperaban ya unas mujeres con una silla para que tomara aire. Como no se recuperaba la sentaron y la llevaron corriendo a su casa para echarla sobre la cama y llamar a Bertos, el médico. Al muchacho lo lavaron, lo vistieron de limpio, le pusieron unos calcetines negros y con un lazo de raso también negro le ataron los tobillos para mantenerlos juntos y para que las piernas no se abrieran de modo impúdico. También le ataron las manos a la altura del pecho, en actitud orante. El muchacho parecía dormido. Los vecinos acompañaron a la familia, como era tradición, sentados en ristras de sillas colocadas a ambos lados de los pasillos y en las salas. Alli durante toda la noche de vela farfullaron sus sospechas sobre el estraperlo y sobre el robo de las ovejas de Don Juan. Sobre uno del pueblo bajo como un enano que andaba en tratos sucios y pudo haber mezclado en sus trejemanejes al retrasado. Pero no cerraron un ojo en toda la noche, no dieron una cabezada como solían hacer en otros velorios. Se había corrido la voz de que había más serpientes dentro del ahogado.En cuanto alguien se descuidara podían salir y reptar por los tobillos de las mujeres o meterse en las perneras de los pantalones de los hombres.

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