viernes, 21 de octubre de 2011

Las máscaras

Una tiene que levantarse
cada mañana
como un deber inexcusable.
Hay que abrir los ojos
y reconocer los objetos del cuarto
todavía enredados en las marañas del sueño

Hay que izar el cuerpo
como una bandera empapada,
sacarlo de la protección de las mantas
y de la inexistencia;
manejar los hilos de ese títere
que ahonda los pies en unas pantuflas de felpa
y camina con los brazos descolgados hacia el cuarto de baño
y se sienta en la taza para dar ahí la última cabezada
antes
de mirarse al espejo
y verse
derrotada de la vida
vencida por el tiempo
pidiendo a gritos un lápiz para firmar el armisticio
para meter en el arcón los trapos de la batalla.

Hay que peinarse y que cepillarse los dientes y que ponerse la máscara.

Una tiene que salir a la calle
a ese torrente cada vez más vertiginoso
y fingir que no anda buscando un poste
donde agarrarse para aguantar la naúsea
del tiempo
Fingir que las ganas de pelear hace tiempo que se fueron
fingir que sigue de pie el guerrero
contra la implacable crueldad del calendario
que no se anda buscando un lugar cálido
done un rostro afable y desconocido
unos ojos suaves y unos oidos atentos
se detengan
siete minutos
a escuchar que no todo va bien
que en realidad una quiere
escapar de su máscara
y mostrarse tal cual es
vieja, amarga
y agotada
y comenzar a aceptar que el barco de la muerte
no regresa a las aguas turbulentas
del pasado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario