Poesía para mi hija
Cuando la miro, agradezco a la existencia caprichosa
ese universo que inventa desde el polvo de las supernovas
la generación de las nuevas estrellas.
Soy consecuente de la hierba y de su frescura
después del sueño bajos los hielos
y del perfume que el mar presta al aire que respiramos.
Cuando la miro valoro cada pluma del vuelo de las aves,
cada huella dibujada sobre la nieve o la arena,
cada gusano encerrado en el silencio de su crisálida
y la nariz de hierro de la azada
que recorre el alma de la tierra buscando el jugo del fruto.
Cuando la miro la vida se pone su mejor vestido
y suenan carrillones en los campanarios de las ciudades más bellas
En los parques el sol tiñe de oro y plata los charcos y las nubes
y desde la más grande de las galaxias
hasta la célula delatada por el cristal del microscopio
adquieren sentido
porque todo hubo de suceder.
Matemáticamente todo hubo de ocupar su espacio exacto
para que ella existiera.
Y parece mentira que sea así, como yo siempre
la había soñado.
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