Te echo de menos;
maldita sea.
Aquí, de nuevo, ante el mar,
flotando en el azul infinito,
acariciada por labios de aire,
mecida por la gloria
de la tierra caliente.
Debiera aquí
ser ave de bellas alas,
debiera ser espuma,
debiera emerger
sin huellas de ti.
Pero te echo de menos.
Y no es que no estés;
es que no hay nada.
Es que el mar se estremece
de soledad
y la brisa besa sin saliva
y es como si todo lo que vive
te extrañara
y se detuviera
mirándome, sin atreverse
a preguntar.
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