lunes, 29 de agosto de 2011

Peonias

.

Compré un puñado de esas flores que me gustan

y cuyo nombre siempre olvido.

Esas flores que son como puños cerrados

y cuando se despiertan son como manos abiertas

y despiden un olor intenso

un aroma a mujer vivida

o a alma manchada.

La chica que vende las flores es árabe

me dijo buenos días y dijo mi nombre

con la hache aspirada

y me puso de buen humor ese suspiro

perfumado

emergido del fuego de arenas lejanas.

El sol estaba estampado en el cielo

bien puesto,

con su bola de cobre viejo

y su melena de trigo nuevo

y el cielo era de un azul que daban ganas

de recortarlo para hacerse un vestido

o al menos un pañuelo.

Regresé a casa por el barrio judío

donde las sombras tienen perfiles aguileños

y las rosas de los balcones se rozan

y se susurran entre sí palabras

obscenas.

Me paré en el quiosco de las hermanas Torregrosa

para comprar la prensa y una revista mensual

de arte

que no había llegado todavía.

Vicenta Torregrosa tenía los labios pintados color naranja

y un generoso escote sobre el que se mecía

un camafeo dorado con una foto antigua

Pascuala Torregrosa bebía whisky

de una petaca plateada

Todavía no estaba borracha y no cantaba

esas canciones del sur tan hermosas

que el barreno del licor le extraía de adentro.

Me preparé un café bien fuerte

me llamó una amiga y quedamos para tomar otro

Trabajé un rato. Bebí un refresco

comí unas manzanas y me asomé al balcón

escuché una canción leí un libro

llamó mi madre, me contó una historia triste

terminé un tratado sobre tempus fugit

sobre carpe diem

sobre ubi sunt homo viator collige virgo rosas

pulvus sumus

memento mori

y esas cosas con que se viste de domingo

la muerte

escribí este poema

y entre cada línea el terror fue creciendo

el pánico

de que este fabuloso edificio

coronado por la tiara del sol

abanicado por los penachos de las palmeras

perfumado por una flor

que se llama

peonia

-ahora me acuerdo-

sea tan frágil como un castillo de arena

y que esté en tus ojos

que sus paredes sean el acero de la morada de la reina

o la triste ruina de un ser despojado.

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