lunes, 29 de agosto de 2011

La hora violeta



La camarera nos sirvió dos cafés

el mío corto y caliente

con dos terrones de azúcar

El tuyo amargo , largo y tibio.

Le dí unas vueltas a la sortija

y me miré las uñas desconchadas

y luego comprobé que también

al borde del abismo

llevabas los zapatos limpios.

Al sonreír a la camarera

se ensombrecieron esos surcos

que recorren tu rostro

como ramblas de primigenios ríos

y en la pupila te saltó una chispa

de "ay si yo pudiera"

Y te ví viejo.

Qué importaba ya

si habías envejecido conmigo.

Pasó una niña muy morena que corría

detrás de una paloma blanca

y pasó una mujer gorda

con un colosal vestido floreado

arrastrada por un perrito

menudo como un ratón.

Abrí el libro que acababa

de comprar.

Cerraste el periódico de ayer.

Dije Me quedo un poco más

Era mentira donde tú ibas

Eran inútiles los minutos

arrancados

al reloj de la agonía.

Sólo era importante

borrar de tu retina

el recuerdo de mi espalda

alejándose en una calle

cualquiera

donde ya se estaban encendiendo

las primeras farolas

bajo el cielo color violeta.

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