domingo, 4 de septiembre de 2011

Venus

Acércate
despacio,
dócil criatura,
a los pies de tu Reina

Ven, tú
hombre,
acércate
arrodillado
sin levantar los ojos.

No te está permitido
a lo humano
la contemplación
de lo Divino.

Ven dócil
a mis dominios
como un cristo
va a la cruz,
desnudo
y consciente
de los designios
que palpitan en las estrellas
de fría plata,
en las noches
de negra tinta,
en las fieras
de transparentes babas
que hacen brillar
las piedras en las tinieblas

En ese reino de misterio
entras hombre,
doblegado,
ofrecido,
sin voluntad

Porque tú eres el que desea
y yo la Deseada
Tú quien implora
y yo quien lanzo
mi carcajada cruel
a los cielos
recorridos
por espantadas
aves
y delicados cirros.

Ven aquí
lacayo mío
que afuera la oscuridad
se espesa
y adentro el fuego
tiñe de rojo
las ansias
y lanza nuestras ávidas sombras
contra el abismo
de los anhelos


No entiendes
que todas tus religiones
y todas tus guerras
fueron solo
una máscara
en mi rostro divino
de Venus insaciable
de perversa
Hembra
que no tiene miedo
al fuego entre las piernas


Ven acércate,
descalzo.
desnudo;
mi fiel lacayo.

Y contempla,
sólo ahora.

Quita la venda
que te cegaba,
y percibe
la carne desnuda,
luminosa como una luna
en el lecho carmesí.
Seda sobre seda.

La lujuria
en esencia,
En una gota de rocío
condensado
su perfume de perdición.

Vela a mis pies
contempla las curvas
de plata
los dedos de jaspe
buscando
el latido
del vientre desnudo


Contempla sin tocar,
si sólo, ahora, me rozases
serías sólo un hombre.
Un hombre más:
un movimiento
y un gemido
de tedio.

Revienta de ganas
vasallo mío
Porque no hay placer
si no hay
espera,
No hay locura
si no se escucha
el palpitar del universo entero
como un implacable tambor
dentro del pecho

Ganarás tu derecho
al goce
mi vasallo
cuando mi carne
duerma exhausta
mil veces satisfecha
Entonces
conocerás
el gran secreto
el divino enigma
y ya nunca más querrás ser hombre
ya sólo querrás ser llamado
Esclavo.


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