miércoles, 18 de julio de 2012

Jan Arve



Ya no le quedan a la tarde
más que tus ojos;
inmensamente abiertos, 
infinitamente azules.
Turbios como las aguas
en donde los glaciares ahogan sus recuerdos.
Limpios como los espejos
en donde tiritan las silenciosas montañas.
Ya no le queda a la tarde
más que un rayo que delata
una brizna de hierba 
dispuesta a vencer a los hielos

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