sábado, 29 de septiembre de 2012

Dos poemas separados por un segundo





Descendí del autobús y caminé por la plaza del Triunfo.
Hacía relente, así que me puse las manoplas y el gorro.
Luego crucé por el semáforo de la escuela de magisterio

Estuve detenida unos instantes esperando la señal verde.
Justo antes de cruzar, empezó a llover.
Al principio mansamente. Como un rocío.
Luego le cogió gusto y el cielo se abrió en canal.
Escupían cataratas todas las nubes 
y se escuchaban truenos que venían 
en formación pretoriana 
desde las cumbres penibéticas.
Día de perros- 
pensé mientras esperaba en un portal de la Gran Vía.
A mi lado se refugiaban de los latigazos del agua
una vieja marchita
y dos hombres que llevaban maletines y abrigos caros.
Tres minutos interminables
entre el tufo del masaje de afeitar
y de la ropa húmeda de la anciana.
Luego se abrió en el cielo una grieta
como una herida metálica.
Se filtró un rayo de sol que se clavó
sobre la vitrina de una tienda de lencería 
y deslumbró a la maniquí en paños menores.
Me detuve en el Mariana Pineda.
y pedí un café. Para entrar en calor.
Cinco minutos y enfilé de nuevo la calle principal.
La que construyeron los ricos burgueses del diecinueve
Cuando la ciudad soñaba con el trópico.
Al pasar por el banco de España vi a una que conocía
-de algo-
Y fingí buscar cosas en mi bolso para no saludarla
Me entristece mucho hablar con personas 
que acaban de escapar a un instante de lluvia.
Sobre las doce menos diez estaba allí, 
Justo allí. Exactamente allí.
Allí.
Un bote de mermelada cayó de una repisa
Desde un sexto piso.
Y me reventó justo delante de los zapatos.
Me las manchó de una pasta roja y viscosa
que luego me costó arrancar.
Un segundo, un segundo que es un suspiro
Me separó de la muerte.
De ser la noticia del períodico local
- joven con la cabeza abierta por un quilo de dulce de fresas-
No sé si usted me entiende,
esa aguja de un reloj
esa cosa tan frágil....


Foto: Dos poemas separados por un segundo.


Descendí del autobús y caminé por la plaza del Triunfo.
Hacía relente, así que me puse las manoplas y el gorro.
Luego crucé por el semáforo de la escuela de magisterio
Estuve detenida unos instantes esperando la señal verde.
Justo antes de cruzar, empezó a llover.
Al principio mansamente. Como un rocío.
Luego le cogió gusto y el cielo se abrió en canal.
Escupían cataratas todas las nubes 
y se escuchaban truenos que venían 
en formación pretoriana 
desde las cumbres penibéticas.
Día de perros- 
pensé mientras esperaba en un portal de la Gran Vía.
A mi lado se refugiaban de los latigazos del agua
una vieja marchita
y dos hombres que llevaban maletines y abrigos caros.
Tres minutos interminables
entre el tufo del masaje de afeitar
y de la ropa húmeda de la anciana.
Luego se abrió en el cielo una grieta
como una herida metálica.
Se filtró un rayo de sol que se clavó
sobre la vitrina de una tienda de lencería 
y deslumbró a la maniquí en paños menores.
Me detuve en el Mariana Pineda.
y pedí un café. Para entrar en calor.
Cinco minutos y enfilé de nuevo la calle principal.
La que construyeron los ricos burgueses del diecinueve
Cuando la ciudad soñaba con el trópico.
Al pasar por el banco de España vi a una que conocía
-de algo-
Y fingí buscar cosas en mi bolso para no saludarla
Me entristece mucho hablar con personas 
que acaban de escapar a un instante de lluvia.
Sobre las doce menos diez estaba allí, 
Justo allí. Exactamente allí.
Allí.
Un bote de mermelada cayó de una repisa
Desde un sexto piso.
Y me reventó justo delante de los zapatos.
Me las manchó de una pasta roja y viscosa
que luego me costó arrancar.
Un segundo, un segundo que es un suspiro
Me separó de la muerte.
De ser la noticia del períodico local
- joven con la cabeza abierta por un quilo de dulce de fresas-
No sé si usted me entiende,
esa aguja de un reloj
esa cosa tan frágil....




Descendió del autobús y caminó por la plaza del Triunfo.
Hacía relente, así que se puso las manoplas y el gorro.
Luego cruzó por el semáforo de la escuela de magisterio
Estuvo detenida unos instantes esperando la señal verde.
Justo antes de cruzar, empezó a llover.
Al principio mansamente. Como un rocío.
Luego le cogió gusto y el cielo se abrió en canal.
Escupían cataratas todas las nubes 
y se escuchaban truenos que venían 
en formación pretoriana 
desde las cumbres penibéticas.
Día de perros- 
pensó mientras esperaba en un portal de la Gran Vía.
A su lado se refugiaban de los latigazos del agua
una vieja marchita
y dos hombres que llevaban maletines y abrigos caros.
Tres minutos interminables
entre el tufo del masaje de afeitar
y de la ropa húmeda de la anciana.
Luego se abrió en el cielo una grieta
como una herida metálica.
Se filtró un rayo de sol que se clavó
sobre la vitrina de una tienda de lencería 
y deslumbró a la maniquí en paños menores.
Se detuve en el Mariana Pineda.
y pedió un café. Para entrar en calor.
Cinco minutos y enfiló de nuevo la calle principal.
La que construyeron los ricos burgueses del diecinueve
Cuando la ciudad soñaba con el trópico.
Al pasar por el banco de España vio a una que conocía
-de algo-
Y fingió buscar cosas en el bolso para no saludarla
Le entristecía mucho hablar con personas 
que acaban de escapar a un instante de lluvia.
Sobre las doce menos diez estaba allí, 
Justo allí. Exactamente allí.
Allí.
Un bote de mermelada cayó de una repisa
Desde un sexto piso.
Y le reventó justo sobre la cabeza.
Fue difícil distinguir la mermelada roja y viscosa
de la sangre que fluía fresca, como un riachuelo,
mezclada con la lluvia, 
hacia la alcantarilla más cercana.
Un segundo, un segundo que es un suspiro
La separó de la vida.
Lo dice hoy el períodico local
- joven con la cabeza abierta por un quilo de dulce de fresas-
No sé si usted me entiende,
esa aguja de un reloj
esa cosa tan frágil....




Descendió del autobús y caminó por la plaza del Triunfo.
Hacía relente, así que se puso las manoplas y el gorro.
Luego cruzó por el semáforo de la escuela de magisterio
Estuvo detenida unos instantes esperando la señal verde.
Justo antes de cruzar, empezó a llover.
Al principio mansamente. Como un rocío.
Luego le cogió gusto y el cielo se abrió en canal.
Escupían cataratas todas las nubes 
y se escuchaban truenos que venían 
en formación pretoriana 
desde las cumbres penibéticas.
Día de perros- 
pensó mientras esperaba en un portal de la Gran Vía.
A su lado se refugiaban de los latigazos del agua
una vieja marchita
y dos hombres que llevaban maletines y abrigos caros.
Tres minutos interminables
entre el tufo del masaje de afeitar
y de la ropa húmeda de la anciana.
Luego se abrió en el cielo una grieta
como una herida metálica.
Se filtró un rayo de sol que se clavó
sobre la vitrina de una tienda de lencería 
y deslumbró a la maniquí en paños menores.
Se detuve en el Mariana Pineda.
y pedió un café. Para entrar en calor.
Cinco minutos y enfiló de nuevo la calle principal.
La que construyeron los ricos burgueses del diecinueve
Cuando la ciudad soñaba con el trópico.
Al pasar por el banco de España vio a una que conocía
-de algo-
Y fingió buscar cosas en el bolso para no saludarla
Le entristecía mucho hablar con personas 
que acaban de escapar a un instante de lluvia.
Sobre las doce menos diez estaba allí, 
Justo allí. Exactamente allí.
Allí.
Un bote de mermelada cayó de una repisa
Desde un sexto piso.
Y le reventó justo sobre la cabeza.
Fue difícil distinguir la mermelada roja y viscosa
de la sangre que fluía fresca, como un riachuelo,
mezclada con la lluvia, 
hacia la alcantarilla más cercana.
Un segundo, un segundo que es un suspiro
La separó de la vida.
Lo dice hoy el períodico local
- joven con la cabeza abierta por un quilo de dulce de fresas-
No sé si usted me entiende,
esa aguja de un reloj
esa cosa tan frágil....

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