Cuando llegó el alba
y dibujó la luz de tu cuerpo
en la penumbra de mis ojos,
comprendí que el mañana
y todos los días de mi vida
estarían marcado por el hierro
de tu nombre.
Besé tus hombros. Busqué tu boca
y galopé de nuevo el caballo
del horror y del deseo.
En el suelo descansaba
la bandera blanca
de mi vestido y tu camisa
como las tristes prendas
de la última tregua.
Te respondo porque has venido a mi casa a hablar.
ResponderEliminarYA. BORRA TODO, NO VENDRÉ MÁS.
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