domingo, 24 de junio de 2012

Pubertad







Ayer solo me asustaba que en medio de la ciudad

-tan grande y tan ajena-

no encontrara un prójimo.

Que, mirando una muñeca en una vitrina,

aferrase una mano extraña

y al levantar la visa


para comprobar que todo iba bien

que mamá sonreía desde arriba;

no me acariciaran sus ojos,

sino otros mucho más fríos y lejanos.






Ayer bastaba cambiar de mano,

escuchar las risas, allá arriba,

que avalaban mi error de cálculo,

para aliviarme del miedo.

Ayer me asustaba la oscuridad,

que generaba nubes negras a mi alrededor

hasta quitarme el aliento.

Ayer, cuando los rayos y los truenos,

cuando el viento y el rugido de la noche

digiriendo la pobre luna

quebraban el delicado ingenio

por el que circulaba el milagro

de la electricidad.


yo despertaba gritando,

dando manotazos a las paredes

buscando la ventana en el muro equivocado,

aplastada por el hollín de la noche.

Pero bastaba el soplo azulado del relámpago

delatando la rotundidad de un mundo con formas

para que el potro del corazón se calmase.


Pero un día comenzaron a asustarme

cuadros sin figuras,

aullidos reclamando vida

o proclamando su angustia

de criaturas sin sentido.

La noche.

La sombra de dios sobre los hombres,

el dominio de los hombres sobre las mujeres,

el amor de las mujeres sobre los niños,

la atracción de la sangre sobre los carnívoros,

el secreto poder de la flor sobre la abeja.

Mi piel desnuda

mi cuerpo

si camino de regreso.

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